En las noches de luna llena, en algún tálamo umbrío, se desliza muy serena, aunque temblando de frío. Ella se muere de pena con su dolor escondido; en su sonrisa morena guarda el amor que ha perdido. Miran con verde verbena sus ojos llenos de hastío, y un corazón que es colmena dentro de un hueco sombrío. Y las noches de luna llena sopla el viento su destino; su alma llora su pena en un rincón del olvido.
Es que yo soy el laberinto con sus vueltas y contravueltas. Yo soy el vértigo que te pierde la conciencia. Yo soy la adrenalina, soy el temor, soy tu miedo, soy la vara que te lastima y el látigo entre tus dedos. De las rosas, las espinas. De la daga, filo siniestro. La lujuria, la codicia y hasta el amor, soy tu adentro.
Impresionante es la luna cuando se acuesta sobre el mar, meciéndose entre sus olas que la miran reposar. Perdida en el horizonte baja la tierra y, más allá, un cielo descolorido se puede contemplar, de grises y azules yermos nubes violeta y su brillar rebota, refleja y pierde su luz en profundidad.
Tú eres un diamante negro Lleno de luz interior. Esa luz que, pugnando Por salir al exterior, Te hiere la carne, Te moviliza el alma. Tú la sientes muerte Porque ella no es más Que otro ángel lumínico; Y tú estás evolucionando, La crisálida se va rompiendo Mientras tú vas renaciendo. Angel diáfano y eterno, La luz te envuelve en su halo Y te rehace completo, Oh, hermoso ser alado!