Cabecita de león maniatado por un angel,
prisionero de un amor, del infierno era este angel.
Ojitos color de luz atrapados en un mar,
el ángel eras tú, al demonio quisiste besar.
Boquita sabor a carne, dulzura de ojos de sal,
el demonio quiso amarte y, al demonio fuiste a amar.
Naricita juguetona, por qué quisiste jugar?
No te diste cuenta acaso que esa no era la verdad?
Y tus manos... Oh, tus manos! Cuánta suavidad sutil;
cuántas veces acariciaron lo que entonces te hacía feliz.
Y tu voz, tanto dijera... Tantas palabras de amor
en un oído cualquiera, susurrante corazón.
Y tú, corazón bueno, explicaste alguna vez
lo que llevabas dentro, y que guardabas con fe?
Orejitas de astronauta, escuchaste sin oír
lo que pudo ser muy triste o pudo hacerte reír.
Angelito lindo, por qué entregaste tu alma al diablo,
jurándole sin saber, tanto amor en vano?
Robaste un trozo de cielo y en él iba una estrella,
la tiraste y no sabías que esa estrella era tu vida.
Volaste sin tener alas, en busca de un amor,
y ese demonio que amabas te ayudó.
Cabecita de duende, tu pelo prendido en el viento quedó;
y así, también en suspenso, quedó tu amor.
El infierno te nombró, estatuita de marfil,
pero tu angel murió y el infierno quedó sin ti.
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