Durante toda su vida Boris había sido minero, trabajando siempre bajo patrón y teniendo que aguantar las injusticias de los capataces, que acostumbraban a tratarlos como animales de circo, sólo les faltaba el látigo. El era un hombre sufrido que soportaba los malos tratos y la pésima paga pensando en su mujer y en sus hijos pero, esta última humillación había sido demasiado, incluso para él! Nada ni nadie merecía tanto sufrimiento suyo, después de todo, su mujer también lo maltrataba y sus hijos, prácticamente no le prestaban atención. Decidió que ya era hora de hacer algo por su miserable vida.
Abandonó el trabajo y también su casa, sin una palabra, sin una explicación. Con el poco dinero que aún le quedaba, compró su propio equipo de minería, un viejo jeep, y partió decidido a encontrar oro. Si tenía éxito volvería a su hogar.
Pasó incontables penurias, casi muere de inanición en el vasto desierto, pero tuvo sus frutos; halló su mina de oro. Y finalmente su suerte cambió. La mina era riquísima, poseía grandiosas vetas del brillante y codiciado metal.
La empresa de Boris creció y pronto tuvo que contratar sus propios obreros para poder continuar y acrecentar la producción del metal precioso. La mina parecía ser inagotable. Se construyeron numerosos túneles, hallando a cada paso nuevas vetas. Los vagones afloraban a la superficie siempre colmados de enormes y purísimas pepitas.
Boris se estaba convirtiendo en un hombre muy rico y poderoso y, a medida que se enriquecía, se iba transformando en un miserable y un déspota, tanto o peor como sus antiguos patrones lo habían sido con él. Pero él parecía no darse cuenta de ello y, ya ni siquiera recordaba a su familia. Sólo pensaba en su creciente fortuna, hasta sus ojos parecían refulgir con brillo dorado.
Un domingo por la tarde, Boris decidió bajar solo por los intrincados túneles de la mina. Solía hacerlo asiduamente, con el solo fin de admirar el brillo de su oro, le gustaba contemplarlo y acariciarlo largamente en soledad. Subió al trencito subterráneo y fue bajando, y bajando... De pronto notó que aumentaba la velocidad, sintió un balanceo y un calor abrasador lo invadió por completo. Un estruendoso rugido brotó de las profundidades de la tierra que se sacudía con furia. Sin que Boris pudiese hacer nada para evitarlo, completamente fuera de control, el trencito se estrelló violentamente contra la dorada pared al final del túnel.
El pequeño pueblo perdido entre el paisaje montañoso había tenido que ser evacuado de forma urgente. Los pobladores, en su mayoría mineros y sus familias, habían tenido que abandonarlo todo. El enorme volcán que coronaba el valle había entrado en erupción si preaviso, arrasándolo todo a su paso con lava candente y rocas igníferas, cubriendo el cielo con su manto de humo y cenizas. El gigante rugia como furioso dragón escupiendo fuego entre sus fauces.
En la mañana del lunes, los mineros concurrieron puntualmente a trabajar pero no vieron a Boris. Grande fue su sorpresa al descubrir al final del túnel más profundo de la mina, en la veta mayor, un relieve esculpido con la imagen de su patrón.
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