La expedición al mando del profesor Wycott estaba lista para partir. Había tomado demasiado tiempo hallar a los hombres adecuados para formarla y la inversión había resultado cuantiosa pero, al fin, hombres y equipos reunidos, muy temprano aquella mañana el barco zarpó.
El objetivo era la búsqueda de la perdida Atlántida. El profesor estaba seguro de conocer su localización y, a bordo, sobre el puente de cubierta, no podía disimular su euforia. Navegarían hasta el polémico Triángulo de las Bermudas y allí anclarían para continuar la operación por vía submarina. Disponía de los mejores buzos y sofisticados equipos. El tiempo y dinero invertidos no serían en vano.
Estaban acercándose a la ´zona zero´ cuando repentinamente se perdió el control de la embarcación. La brújula enloqueció y el radio sólo daba estática. El barco adquiría velocidad impetuosamente a pesar de que la energía de sus motores estaba muerta. El cielo se oscureció hasta la total negrura y las aguas azotaron con furia la pequeña embarcación. Sorpresivamente fueron tragados por un gigantesco remolino, la histeria era colectiva, algunos se tiraron por la borda y murieron ahogados, los que no, conocieron lo desconocido...
El barco descendió a las profundidades impelido por la fuerza centrífuga para detenerse con suavidad sobre el fangoso lecho marino. Atónitos, los tripulantes notaron que podían respirar naturalmente pero, el asombro no terminaría ahí...
La embarcación comenzó a deslizarse delicadamente, como un pez, hasta llegar ante un portal de aspecto metálico, que silenciosamente se abrió para volver a cerrarse detrás de ellos. Tras el portal ya no había agua. Descendieron del barco y, temerosamente, continuaron a pie la ruta que se demarcaba ante ellos. Y así, tan repentinamente como todo lo que estaba sucediendo, ante sus incrédulos ojos apareció la fantástica ciudad.
_ La Atlántida!!_ Gritaron al unísono.
Entre risas y lágrimas de felicidad, todavía con las piernas temblequeantes encararon la aventura con renacidas esperanzas.
No pasaron más de dos minutos cuando ante ellos se presentaron unos seres altísimos, esbeltos y hermosos, de aspecto andrógino; los atlantes...
Luego de una breve recorrida por lo que parecía ser el centro de la ciudad, los gigantes rubios los condujeron hasta un gran salón, muy iluminado, donde les fue ofrecido un inimaginable banquete. Exquisitos e irreconocibles, pero no menos apetitosos manjares les fueron servidos. La bebida era extraña y dulzona y adictiva... Tambaleándose, el profesor Wycott propuso un brindis por la acogedora ciudad y sus gentiles habitantes como también por el éxito de la expedición. Con voz gangosa, pronunció un vulgar y poco original discurso alusivo que apenas pudo finalizar cuando el sopor lo venció y se derrumbó... No había notado que sus compañeros de viaje hacía rato dormían profundamente.
Cuando volvieron en sí, se hallaron en un recinto de paredes metálicas y techo transparente; no se veía ninguna puerta o ventana... Hacía demasiado calor... De pronto, notaron que los atlantes los espiaban a través del techo vidrioso; el profesor comenzó a vociferar y hacer señas tratando de hacerles entender que los soltaran pero ellos no parecían escuchar... El calor iba en aumento, ya lastimaba la piel completamente bañada en sudor... El calor quemaba y dolía, comenzaron a golpear las paredes, ya roncos de gritar, aullando ante la mirada indolente de un atlante que, abriendo una abertura en el techo, dejó caer diversas sustancias... polvos y líquidos... Un instante para mirarse horrorizados: Eran condimentos!!!
Los grandes atlantes disponían con minucioso cuidado un escenario festivo... La larga y suntuosa sala, la enorme mesa engalanada... Había sido interminable el período de veda, los caníbales atlantes se regocijaban por anticipado mientras cuidaban de la cocción de su presa predilecta.
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1 comentario:
buen final! inesperado
me gustó
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