Una vieja paralítica
en una silla de ruedas,
con su conciencia raquítica
trabajaba en su cabeza.
Su estupidez no dejaba
entrever la grandeza
que, sin querer le rodeaba
su osamenta de pobreza.
La palidez de su cara
en la noche contrastaba
con la luna milenaria
que, sin verla, la alumbraba.
Una estrella en plenitud
débilmente le recordaba
su pasada juventud,
hace tiempo ya olvidada.
Y al ver el amanecer
se sentía fastidiada;
el sol, con su brillantez,
sus arrugas le mostraba.
Prefería la oscuridad
pues más se asemejaba
a su actual senilidad,
a sus carnes atrofiadas.
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